Desde el medio tapón hasta el “sherry cobbler”, desde Sancho el Bravo a las crónicas de Parada y Barreto, desde la media helada de La Ina hasta la copita de Canasta, las ferias de primavera andaluzas, y en concreto la Feria del Caballo, siempre han estado ligadas al mundo del vino.
Perdimos en 1983 la Feria de la Vendimia, pero no por eso se perdió el consumo de los jereces durante nuestras fiestas. Ni tampoco la unión que existe entre la industria bodeguera jerezana y el sector hostelero, patrocinando y promocionando nuestra principal fiesta tanto a locales como a foráneos.
Toda esta transformación y evolución de la Feria, también ha hecho que el consumo se adaptara a los tiempos.
Desde el punto de vista gastronómico, no descubrimos nada nuevo, si hablamos de que los jereces en general, son probablemente los vinos con mayor versatilidad para los maridajes, y aún más, cuando optamos por las armonías clásicas que unen los productos de una misma zona, aunando comida y bebida en un matrimonio perfecto.
Los vinos bajo crianza biológica como serían finos y manzanillas, con su carácter punzante y seco, son el mejor aliado también por la temperatura a la que se sirven, de los productos con mayor contenido graso como serían los ibéricos o las frituras, precisamente porque limpian el paladar y evitan saturarlo. Por otro lado, los vinos en oxidativa, o vinos gordos como se le suele llamar por la zona, acompañan mucho mejor a los guisos y carnes, que por su contundencia necesitan de vinos con mayor volumen y presencia.
En definitiva, gracias a la vinodiversidad que existe entre todas nuestras crianzas, desde un extremo al otro, podemos disfrutar (dependiendo también del gusto propio) de nuestra tierra en una copa.
Y sino, siempre nos quedará el rebujito…
Fran López
